El café estaba frío, aunque no tanto como sus manos, pues a nadie tenía que las agarrase. Estaba frío, ya no le interesaba. Así, se convirtió en verdugo de todos los sueños que escondían tanto esfuerzo, derramándolos por la vía de la inutilidad, muy cerca de donde todos los mediocres descansaban esperando poder salir algún día.
¿A quién le gusta el café frío? Ya no me interesa.
Buena historia.
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